miércoles, 6 de julio de 2011

Cuatro mitos sobre las Cruzadas-Parte 4

Mito 4: Los cruzados le enseñaron a los musulmanes a odiar y atacar a cristianos


Parte de la respuesta a este mito puede encontrarse arriba, en la parte del Mito 1. Los musulmanes habían estado atacando a los cristianos por más de 450 años antes de que el Papa Urbano declarara la Primera Cruzada. No necesitaban ningún incentivo para seguir haciéndolo. Pero hay también aquí una respuesta un poco más complicada.
Hasta hace muy poco, los musulmanes recordaban las cruzadas como una instancia en la que habían derrotado un insignificante ataque occidental cristiano. Un iluminador pasaje se encuentra en una de las cartas de Lawrence de Arabia, quien describe una confrontación durante las negociaciones de la Primera Guerra Mundial entre el francés Stéphen Pichon y Faisal al-Hashemi (luego Faisal I de Irak). Pichon presentó el caso por el interés francés en Siria, recordando las cruzadas, a lo que Faisal contestó con una aguda pregunta: “¿Pero, perdóneme, quien de nosotros ganó las cruzadas?”
Esto era generalmente representativo de la actitud musulmana hacia las cruzadas antes de la Primera Guerra Mundial, es decir, cuando los musulmanes se molestaban en recordarlas, que no era muy seguido. La mayoría de los escritos históricos en árabe sobre las cruzadas antes del siglo XIX fueron producidos por cristianos árabes, no por musulmanes, y la mayoría eran positivos. No existía tampoco una palabra árabe para “cruzadas” hasta ese periodo e incluso quienes lo acuñaron fueron, otra vez, cristianos árabes. No parecía importante para los musulmanes distinguir entre las cruzadas y otros conflictos entre el Cristianismo y el Islam.
No había tampoco una reacción inmediata a las cruzadas entre musulmanes. Como Carole Hillenbrand destaca, “la respuesta musulmana a la llegada de las cruzadas fue inicialmente de apatía, compromiso y preocupación con los problemas internos”. Hacia el 1130 comenzó una contra cruzada musulmana, bajo el liderazgo del feroz Zengi de Mosul (Irak). Pero se necesitaron algunas décadas para que el mundo musulmán se preocupara por Jerusalén, considerada en mayor estima por los musulmanes cuando no la dominaban que cuando sí lo hacen.
La acción contra los cruzados fue con frecuencia realizada como un medio para unir al mundo musulmán bajo varios aspirantes a conquistadores, hasta el 1291, cuando los cristianos fueron expulsados del territorio de Siria. Y –sorpresivamente para los occidentales– no fue Saladino quien fue reconocido por los musulmanes como el gran líder anti-cristiano. Ese lugar de honor usualmente fue otorgado a los más sedientos de sangre y más exitosos Zengi y Baibars, o al más público Nur al-Din.
La primera historia musulmana sobre las cruzadas no apareció sino hasta 1899. Por ese entonces, el mundo musulmán estaba redescubriendo las cruzadas, pero lo hacía con un giro aprendido de los occidentales.
En el periodo moderno, había dos escuelas europeas principales de pensamiento sobre las cruzadas. Una de ellas, representada por gente como Voltaire, Gibbon, y Sir Walter Scott; y Sir Steven Runciman del siglo XX, veían a los cruzados como bárbaros crudos, avaros y agresivos que atacaban musulmanes civilizados y amantes de la paz, para mejorar su propia suerte.
La otra escuela, más romántica y representada por figuras menos conocidas como el escritor francés Joseph-François Michaud, veía a las cruzadas como un glorioso episodio en una larga lucha en la que los cristianos habían vencido a las hordas musulmanas. Además los imperialistas occidentales comenzaron a ver a los cruzados como sus predecesores, adaptando sus actividades de un modo secularizado que los mismos cruzados no habrían reconocido o encontrado muy acordes.
Al mismo tiempo, el nacionalismo comenzó a enraizarse en el mundo musulmán. Los nacionalistas árabes tomaron prestada la idea de una larga campaña europea contra ellos de la escuela europea antigua de pensamiento, sin considerar el hecho de que constituía realmente una mala representación de las cruzadas, y usando este entendimiento distorsionado como una forma para generar apoyo para sus propias agendas.
Ese fue el caso hasta la mitad del siglo XX, cuando, en palabras de Riley-Smith, “un Panislamismo renovado y militante” aplicó las metas de los nacionalistas árabes a un renacimiento mundial de lo que era entonces llamado fundamentalismo islámico y a lo que ahora algunos se refieren como, un poco torpemente, como jihadismo.
Esto llevó casi inexpugnablemente al origen de Osama Bin Laden y Al Qaeda, ofreciendo una perspectiva de las cruzadas tan extraña como para permitir a Laden considerar a todos los judíos como cruzados y a las cruzadas como un rasgo permanente y continuo de la respuesta occidental al Islam.
La concepción de la historia de Bin Laden es una fantasía febril. No es más preciso en su perspectiva sobre las cruzadas que lo que es sobre la supuesta unidad islámica que cree el Islam disfrutó antes de que la malévola influencia cristiana se entrometiera. Pero la ironía está en que él y los millones de musulmanes que aceptaron el mensaje, recibieron ese mensaje originalmente de quienes ellos perciben como sus enemigos: de Occidente.
Entonces no fueron las cruzadas las que le enseñaron al Islam a atacar y odiar a los cristianos. Muy lejos de eso están los hechos. Esas actividades habían precedido a las cruzadas por largo tiempo, y nos dirigen hasta el origen del Islam. En vez de eso, fue Occidente quien enseñó al Islam a odiar las cruzadas. La ironía es grande.

Continuara...