17 de mayo de 2017 4:45 am
TEXTO COMPLETO: Catequesis del Papa sobre la esperanza y el ejemplo de
María Magdalena
Redacción ACI Prensa
El Papa Francisco continuó reflexionando sobre la esperanza y sobre el
misterio pascual en su catequesis de la Audiencia General del miércoles en la
Plaza de San Pedro.
El Pontífice destacó
cómo se transforma la tristeza de María Magdalena en una alegría infinita cuando
Jesús resucitado la llama por su nombre. En ese momento, María Magdalena, que
no era capaz de comprender la Resurrección, es la primera en conocer el evento
más importante de la historia.
“Y Jesús la llama:
«¡María!»: la revolución de su vida, la revolución destinada a transformar la
existencia de todo hombre y de toda mujer, comienza con un nombre que resuena
en el jardín del sepulcro vació. Los Evangelios nos describen la felicidad de
María: la resurrección de Jesús no es una alegría dada con cuentagotas, sino
una cascada que arrolla toda la vida”.
A continuación, el
texto completo de la catequesis del Papa Francisco:
«Queridos hermanos y
hermanas ¡buenos días!
En estas semanas,
nuestra reflexión se mueve, por decir así, en la órbita del misterio pascual.
Hoy, encontramos a aquella que, según los Evangelios, fue la primera en ver a
Jesús Resucitado: María Magdalena. Acababa de terminar el descanso del sábado.
El día de la pasión no había habido tiempo para completar los ritos fúnebres;
por ello, en ese amanecer lleno de tristeza, las mujeres van a la tumba de
Jesús, con los ungüentos perfumados.
La primera que llega
es ella: María de Magdala, una de las discípulas que habían acompañado a Jesús
desde Galilea, poniéndose al servicio de la Iglesia naciente. En su camino
hacia el sepulcro, se refleja la fidelidad de tantas mujeres, que durante años
acuden con devoción a los cementerios, recordando a alguien que ya no está. Los
lazos más auténticos no se quiebran ni siquiera con la muerte: hay quien sigue
amando, aunque la persona amada se haya ido para siempre.
El Evangelio (cfr Jn
20, 1-2-11-18) describe a la Magdalena subrayando enseguida que no era una
mujer que se entusiasmaba con facilidad. En efecto, después de la primera
visita al sepulcro, vuelve desilusionada al lugar donde los discípulos se
escondían; refiere que la piedra ha sido movida de la entrada del sepulcro y su
primera hipótesis es la más sencilla que se pueda formular: alguien debe
haberse llevado el cuerpo de Jesús.
Así, el primer
anuncio que María lleva no es el de la resurrección, sino el de un robo que
algunos desconocidos han perpetrado, mientras toda Jerusalén dormía.
Luego, los Evangelios
cuentan otra ida de la Magdalena al sepulcro de Jesús. Era una testaruda ésta,
¿eh? Fue, volvió… y no, no se convencía…Esta vez su paso es lento, muy pesado.
María sufre doblemente: ante todo por la muerte de Jesús, y luego por la
inexplicable desaparición de su cuerpo.
Es mientras está
inclinada cerca de la tumba, con los ojos llenos de lágrimas, cuando Dios la
sorprende de la manera más inesperada. El evangelista Juan subraya cuán
persistente es su ceguera: no se da cuenta de la presencia de los dos ángeles
que la interrogan y ni siquiera sospecha viendo al hombre a sus espaldas,
creyendo que era el guardián del jardín. Y, sin embargo, descubre el acontecimiento
más sobrecogedor de la historia humana cuando finalmente es llamada por su
nombre: ¡«María!» (v. 16)
¡Qué lindo es pensar
que la primera aparición del Resucitado – según los evangelios - fue de una
forma tan personal! Que hay alguien que nos conoce, que ve nuestro sufrimiento
y desilusión, que se conmueve por nosotros, y nos llama por nuestro nombre.
Es una ley que
encontramos grabada en muchas páginas del Evangelio. Alrededor de Jesús hay
tantas personas que buscan a Dios; pero la realidad más prodigiosa es que,
mucho antes, es ante todo Dios el que se preocupa por nuestra vida, que quiere
volverla a levantar, y para hacer esto nos llama por nuestro nombre,
reconociendo el rostro personal de cada uno.
Cada hombre es una
historia de amor que Dios escribe en esta tierra. Cada uno de nosotros es una
historia de amor de Dios. A cada uno de nosotros, Dios nos llama por nuestro
nombre: nos conoce por nombre, nos mira, nos espera, nos perdona, tiene
paciencia con nosotros. ¿Es verdad o no es verdad? Cada uno de nosotros tiene
esta experiencia.
Y Jesús la llama:
«¡María!»: la revolución de su vida, la revolución destinada a transformar la
existencia de todo hombre y de toda mujer, comienza con un nombre que resuena
en el jardín del sepulcro vació. Los Evangelios nos describen la felicidad de
María: la resurrección de Jesús no es una alegría dada con cuentagotas, sino
una cascada que arrolla toda la vida.
La existencia
cristiana no está entretejida con felicidades blandas, sino con oleadas que lo
arrollan todo. Intenten pensar también ustedes, en este instante, con el bagaje
de desilusiones y derrotas que cada uno de nosotros lleva en el corazón, que
hay un Dios cercano a nosotros, que nos llama por nuestro nombre y nos dice:
«¡Levántate, deja de llorar, porque he venido a liberarte!». Esto es muy bello.
Jesús no es uno que
se adapta al mundo, tolerando que perduren la muerte, la tristeza, el odio, la
destrucción moral de las personas… Nuestro Dios no es inerte, sino que nuestro
Dios – me permito la palabra – es un soñador: sueña la transformación del mundo
y la ha realizado en el misterio de la Resurrección.
María quisiera
abrazar a su Señor, pero Él ya está orientado hacia el Padre celeste, mientras
que ella es enviada a llevar el anuncio a los hermanos. Y así aquella mujer,
que antes de encontrar a Jesús estaba en manos del maligno (cfr Lc 8,2), ahora
se ha vuelto apóstola de la nueva y mayor esperanza.
Que su intercesión
nos ayude a vivir también nosotros esa experiencia: en la hora del llanto, en
la hora del abandono, escuchar a Jesús Resucitado que nos llama por nombre y,
con el corazón lleno de alegría, ir a anunciar: «¡He visto al Señor!». ¡He
cambiado vida porque he visto al Señor! Ahora soy diferente a como era antes,
soy otra persona. He cambiado porque he visto al Señor. Ésta es nuestra
fortaleza y ésta es nuestra esperanza. Gracias».