... la gracia de participar generosamente de ese amor que llevó a su Hijo Jesús a entregarse a la muerte para darnos la vida a nosotros.
La gracia de hacer nuestro este mensaje del Evangelio, de hacer nuestro el camino que Jesús siguió. Dar su vida para que nosotros tuviéramos vida, negarse a sí mismo en favor de nosotros.
Un camino nada fácil, que los llevó por tortuosos senderos de incomprensión, persecución, incluso con angustias. En este pasaje que acabamos de escuchar, Jesús dice: Mi alma ahora esta turbada, pero he llegado para esto. Y acá se proyecta esa turbación, esa tristeza, esa angustia del Corazón de Jesús, esa soledad enorme en el huerto de los Olivos, que lo hace sudar sangre. Y eso por nosotros, para que tengamos vida... y vida en abundancia. Y para que no tengamos dudas de que éste es el camino y no otro, nos habla del grano de trigo: Si el grano de trigo no muere, permanece solo, no da fruto.
Y nos dice que va a atraer todo cuando vaya a ser levantado en alto, es decir, cuando esté pagando con su vida nuestro rescate. Obviamente, estamos frente al misterio más grande. Dios que se hace hombre, que toma nuestra condición humana, para pagar nuestras deudas, para defender nuestra vida, para darnos vida.
Y este es el camino para cuidar la vida, entregar la propia. El que tiene apego a su vida la perderá. El que no está apegado a su vida en el este mundo la conservará para la vida eterna.
El egoísmo nos lleva a apegarnos a nuestra propia vida, hasta tal punto de disimular la situación de peligro o de injusticia de otras vidas, vidas que están en camino, están por nacer, vidas que están creciendo y que corren el riesgo de caer en manos que les deformen en corazón. La vida de nuestros chicos, las vidas de nuestros jóvenes, vidas que empiezan a trabajar y tienen que aprender a sortear las dificultades sin vender su conciencia, vidas a las que hay que acompañar y enseñarles a no venderse. Siempre hay un sobrecito tentador que se da a cambio de aceptar una idea o de hacerse el distraído mirando hacia otro lado. Vidas que tiene que engendrar y dar como herencia valores, valores humanos y valores divinos. Vidas que se van añejando en esa sabiduría de los ancianos que nos piden por favor que los cuidemos, que no los abandonemos, que no los despachemos para sacárnoslos de encima.
Cuidar la vida, y solamente se la cuida como la cuidó Jesús. Y cuidar la vida entraña el cuidarnos entre nosotros, el más pequeñito, que apenas se ve en una ecografía, el más anciano, añejo de sabiduría por haber caminado y trabajado con dignidad.
Y también cuidar la vida de aquel que se desvió, no condenar, rezar por él, hacer penitencia por él, pedir la misericordia de Dios por él.
Tantos Herodes que no sólo no se ocupan de la vida de los demás sino que la limitan, la acotan o la matan. Pedir, orar, todo eso es morir a uno mismo, para que la vida crezca en los demás, todo eso es morir como Jesús para que la vida sea cuidada.
Escuchemos la voz de Jesús en el Evangelio, el que tiene apego a su vida la va a perder. Cuidar la vida de mi hermano, cuidar la vida de cualquier ser humano supone sacrificio, supone cruz, supone no cuidarme yo. Supone que nos sea concedida esa gracia. Le pedimos al comenzar la misa: "Padre, danos la gracia de participar generosamente de este amor que llevó a tu Hijo a entregarse por nosotros.
Pidamos la gracia de cuidarnos mutuamente, de cuidar toda la vida, de trabajar para que tantos Herodes que se dan a lo largo del transcurso de una vida, no logren su cometido: facilitemos huidas a Egipto para cuidar a los hermanos, desde los más chiquitos hasta los más grandes.
La que nos da un ejemplo de cómo se cuida la vida es Ella, que cuidó a Dios chiquitito y cuidó a Dios clavado en una Cruz, de pie y de pie, con fortaleza y generosidad.
Madre, enséñanos a cuidar la vida.
Card. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires
La gracia de hacer nuestro este mensaje del Evangelio, de hacer nuestro el camino que Jesús siguió. Dar su vida para que nosotros tuviéramos vida, negarse a sí mismo en favor de nosotros.
Un camino nada fácil, que los llevó por tortuosos senderos de incomprensión, persecución, incluso con angustias. En este pasaje que acabamos de escuchar, Jesús dice: Mi alma ahora esta turbada, pero he llegado para esto. Y acá se proyecta esa turbación, esa tristeza, esa angustia del Corazón de Jesús, esa soledad enorme en el huerto de los Olivos, que lo hace sudar sangre. Y eso por nosotros, para que tengamos vida... y vida en abundancia. Y para que no tengamos dudas de que éste es el camino y no otro, nos habla del grano de trigo: Si el grano de trigo no muere, permanece solo, no da fruto.
Y nos dice que va a atraer todo cuando vaya a ser levantado en alto, es decir, cuando esté pagando con su vida nuestro rescate. Obviamente, estamos frente al misterio más grande. Dios que se hace hombre, que toma nuestra condición humana, para pagar nuestras deudas, para defender nuestra vida, para darnos vida.
Y este es el camino para cuidar la vida, entregar la propia. El que tiene apego a su vida la perderá. El que no está apegado a su vida en el este mundo la conservará para la vida eterna.
El egoísmo nos lleva a apegarnos a nuestra propia vida, hasta tal punto de disimular la situación de peligro o de injusticia de otras vidas, vidas que están en camino, están por nacer, vidas que están creciendo y que corren el riesgo de caer en manos que les deformen en corazón. La vida de nuestros chicos, las vidas de nuestros jóvenes, vidas que empiezan a trabajar y tienen que aprender a sortear las dificultades sin vender su conciencia, vidas a las que hay que acompañar y enseñarles a no venderse. Siempre hay un sobrecito tentador que se da a cambio de aceptar una idea o de hacerse el distraído mirando hacia otro lado. Vidas que tiene que engendrar y dar como herencia valores, valores humanos y valores divinos. Vidas que se van añejando en esa sabiduría de los ancianos que nos piden por favor que los cuidemos, que no los abandonemos, que no los despachemos para sacárnoslos de encima.
Cuidar la vida, y solamente se la cuida como la cuidó Jesús. Y cuidar la vida entraña el cuidarnos entre nosotros, el más pequeñito, que apenas se ve en una ecografía, el más anciano, añejo de sabiduría por haber caminado y trabajado con dignidad.
Y también cuidar la vida de aquel que se desvió, no condenar, rezar por él, hacer penitencia por él, pedir la misericordia de Dios por él.
Tantos Herodes que no sólo no se ocupan de la vida de los demás sino que la limitan, la acotan o la matan. Pedir, orar, todo eso es morir a uno mismo, para que la vida crezca en los demás, todo eso es morir como Jesús para que la vida sea cuidada.
Escuchemos la voz de Jesús en el Evangelio, el que tiene apego a su vida la va a perder. Cuidar la vida de mi hermano, cuidar la vida de cualquier ser humano supone sacrificio, supone cruz, supone no cuidarme yo. Supone que nos sea concedida esa gracia. Le pedimos al comenzar la misa: "Padre, danos la gracia de participar generosamente de este amor que llevó a tu Hijo a entregarse por nosotros.
Pidamos la gracia de cuidarnos mutuamente, de cuidar toda la vida, de trabajar para que tantos Herodes que se dan a lo largo del transcurso de una vida, no logren su cometido: facilitemos huidas a Egipto para cuidar a los hermanos, desde los más chiquitos hasta los más grandes.
La que nos da un ejemplo de cómo se cuida la vida es Ella, que cuidó a Dios chiquitito y cuidó a Dios clavado en una Cruz, de pie y de pie, con fortaleza y generosidad.
Madre, enséñanos a cuidar la vida.
Card. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires
25 marzo 2012
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