Señor Jesús:
hermano y compañero de los afligidos, que clavado sobre el madero de la Cruz, nos diste tu testamento de Amor:
Siete claves de tu vida,
siete mensajes de tu proyecto,
siete últimos servicios a la humanidad entera.
hermano y compañero de los afligidos, que clavado sobre el madero de la Cruz, nos diste tu testamento de Amor:
Siete claves de tu vida,
siete mensajes de tu proyecto,
siete últimos servicios a la humanidad entera.
No eres el
Dios-con-nosotros terrible, sino el Dios vencido por la ternura que acoges y
restauras la vida hasta de tus propios asesinos.
Enséñanos, cada día, a
vencer el miedo al sufrimiento con la fuerza que mana de tu Cruz, y que nuestra
soledad se refugie en ti.
Danos la fuerza para que
te asaltemos en este misterio de Amor, que seamos cómplices de sueños y hermanos
de Cruz, para que ésta transforme nuestra historia, incluso los pequeños
acontecimientos de cada día.
A ti, Jesús crucificado,
tierra de nuestra carne, en cuyo rostro resplandece la misericordia y el perdón,
nuestra adoración perenne y agradecida por habernos dado a la más bendita de
entre todas las mujeres, María, sombra clara del Padre en toda cruz humana.
Señor Jesús, qué has
prometido el paraíso al malhechor que te habló desde su cruz junto a la tuya,
acuérdate también de nosotros, ahora que estás en tu Reino.
Haz que llegue,
consoladora tu promesa de vida eterna y de eterno amor a cada mujer y a cada
hombre que afronta el acontecimiento de su muerte.
A ti, Jesús, el condenado,
el del rostro acogedor, dirige tu mirada a tus discípulos, danos, en medio de
los sufrimientos, la audacia y la alegría de acogerte y de seguirte con confiado
abandono.
Cristo, compañero de ruta,
fuente de vida, de toda gracia y de toda belleza, concédenos contemplar tu
rostro sonriente, rostro de quien salva al mundo y lo guía hacia el Padre.
A ti, Jesús, hermano de
los afligidos cuyo rostro resplandece en la hora de las tinieblas, como rostro
de maestro, de hijo y de amigo, nuestro amor y nuestra gratitud, con el Padre y
con el Espíritu, en el tiempo que pasa y en la perenne eternidad.
Amén.
Por Antonio Díaz
Tortajada
Sacerdote-periodista
Sacerdote-periodista