viernes, 27 de agosto de 2010

El catolicismo en Tolkien I

Elen síla lúmenn’ omentielvo!
¡Una estrella brilla sobre la hora de nuestro encuentro!

Ésta es la salutación de los Elfos en la Tierra Media de J.R.R. Tolkien, expresión de agradecimiento y señal de venturosa alegría, en medio de la nostalgia… Así he querido comenzar mi exposición acerca de las profundísimas influencias de la fe católica, vividas plena y coherentemente, por un gran hombre de cultura, a quien conviene mucho dar a conocer, y asimismo esas mismas influencias católicas en su obra maestra literaria: El Señor de los Anillos. He querido titular esta exposición El Catolicismo en Tolkien y en El Señor de los Anillos: Una aproximación con afecto, pues lo he concebido como un acercamiento, con todo el afecto del corazón, a la vida de un gran intelectual y gran creyente, cuyas manifestaciones de extraordinaria habilidad imaginativa y creativa, se funden con su exquisita habilidad lingüística y narrativa, en una historia con maravillosos destellos del Evangelio.

Cuando John Ronald Reuel Tolkien tenía 77 años de edad, en 1969, mientras disfrutaba de su más que merecida jubilación en un tranquilo y apacible retiro en la localidad costera de Bournemouth, Inglaterra, un buen día recibió una carta —de tantas que había recibido de todos los rincones del mundo desde escribir El Señor de los Anillos— de Camilla Unwin, la hija de su editor. Es que la joven Unwin, como parte de su trabajo escolar, le había escrito para hacerle una sencilla pregunta: “¿Cuál es el propósito de la vida?”

Preguntar semejante cuestión a un hombre como Tolkien, profundamente católico, sencillo, sensible, profundamente contemplativo desde niño, que había sido esmeradamente educado por sus padres, especialmente por su muy querida madre, Mabel Tolkien, quien se había convertido por firme convicción al catolicismo en la Inglaterra de 1900 —hazaña notable en aquel entonces en aquel lugar— a un hombre que había quedado huérfano a los doce años de edad, junto con su hermano pequeño, Hilary, dos años menos que él, que había sido criado con la ayuda, cariño y dedicación inestimables de un benemérito sacerdote de origen anglo-español, el P. Francis Morgan, a un hombre profundamente enamorado de su esposa, Edith Mary Bratt, con quien tuvo tres hijos varones, †John, †Michael y Christopher, y una hija, Priscila, buen padre de familia cristiana, cuyo primogénito —†Father John— el Señor llamó al sacerdocio, a un hombre que había sufrido personalmente los horrores imborrables de las trincheras de la Primera Guerra Mundial, y luego los horrores de la Segunda, a un hombre sobremanera reflexivo y detallista, de distinguida cátedra de lengua y literatura inglesa en la Universidad de Oxford…, en fin, preguntarle cuál es el propósito de la vida, era de esperar que su respuesta, si bien no tan larga como su obra maestra épica, El Señor de los Anillos, sí fuera, no obstante, ¡de gran envergadura!

Gracias a Dios, se conservan muchas cartas personales de Tolkien que se han recogido en un libro publicado por Humphrey Carpenter y Christopher Tolkien, editor póstumo y albacea del Estado de su padre. Lo publica la Editorial Minotauro de Barcelona. En una de estas cartas (Cartas nº 310), el profesor Tolkien le respondió larga y tendidamente a la jovencita Unwin. Desafortunadamente, es una carta demasiada larga para reproducir ahora in extenso, pero sí me permito resaltar lo que a mi parecer, son algunos de los puntos clave de su respuesta:


20 de mayo de 1969

Estimada Srta. Unwin:

Lamento que mi respuesta se haya demorado tanto. Espero que llegue a tiempo. ¡Qué pregunta tan amplia! No creo que las “opiniones”, no importa de quién, resulten muy útiles sin alguna explicación de cómo se ha llegado a ellas; pero acerca de esta cuestión no es fácil ser breve.
¿Qué significa realmente la pregunta? Tanto propósito como vida necesitan alguna definición. ¿Es una pregunta puramente humana y moral? ¿O se refiere al Universo? Podría significar: ¿Cómo debería utilizar el tiempo de vida que se me ha concedido? O: ¿A qué propósito/designio sirven las criaturas vivientes por el hecho de estar vivas? Pero la primera pregunta encontrará respuesta (si la encuentra) sólo después de considerada la segunda.
Pienso que las preguntas acerca de un “propósito” sólo son realmente útiles cuando se refieren a los propósitos u objetivos de los seres humanos o a la utilización de las cosas que proyectan o hacen…
Si preguntamos por qué Dios nos incluyó en su designio, sólo podemos contestar: Porque lo Hizo. Si no creemos en un Dios personal, la pregunta: ¿Cuál es el propósito de la vida?, es informulable e incontestable. ¿A quién o a qué se dirigiría la pregunta? Pero como en un rincón extraño {…} del Universo se han desarrollado seres con mentes que formulan preguntas y tratan de responderlas, uno podría dirigirse a uno de estos seres tan peculiares. Como uno de ellos, me aventuraría a decir (hablando con absurda arrogancia en nombre del Universo): “Soy como soy. No hay nada que pueda hacerse al respecto. Es posible seguir tratando de averiguar lo que soy, pero nunca se logrará. Y por qué trata uno de saberlo, no lo sé. Quizás el deseo de saber sólo por el mero hecho de saber, se relacione con las oraciones que algunos dirigen a lo que se llama Dios. En su punto más elevado, éstos parecen alabarlo por ser como es, y por hacer lo que ha hecho tal como lo ha hecho.
{Pero} los que creen en un Dios personal, el Creador, no creen que el Universo de por sí sea venerable, aunque su devoto estudio sea uno de los modos de honrarlo. Y como en tanto que criaturas vivientes estamos dentro de Él y de Él formamos parte (parcialmente), nuestra {aproximación a Dios} y el modo que tenemos de expresarla derivarán en amplia medida de la contemplación del mundo a nuestro alrededor. (Aunque hay también una revelación tanto dirigida a los hombres en general como a ciertas personas particulares.)
De modo que puede decirse que el principal propósito de la vida, para cualquiera de nosotros, es incrementar, de acuerdo con nuestra capacidad, el conocimiento de Dios mediante todos los medios de que disponemos, y ser movidos por Él a la alabanza y la acción de gracias. Hacer como decimos en el Gloria in excelsis: Laudamus te, benedicimus te, adoramus te, glorificamus te, gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam. Te alabamos, te bendecimos, te veneramos, proclamamos tu gloria, te agradecemos la grandeza de tu esplendor.
Y en los momentos de exaltación podemos invocar a todos los seres creados para que se nos unan en el coro hablando en su nombre, como se hace en el salmo 148 y en el Canto de los Tres Niños de Daniel III. ALABAD AL SEÑOR… todas las montañas y las colinas, todos los huertos y los bosques, todas las criaturas que reptan y los pájaros que vuelan.
Esto es demasiado largo, y también demasiado corto… para semejante pregunta.

Con mis mejores deseos, J.R.R. Tolkien.

Ciertamente, una carta muy importante, porque revela lo interior de la persona de quien nos interesa dar a conocer, y asimismo al autor inspirado de El Señor de los Anillos, obra maestra suya que suele denominarse “literatura fantástica,” sin más, por lo que esto es muy engañoso. Pero bien podemos admitir “literatura fantástica”, si quieren, en cuanto que “fantástica” sea adjetivo y no sustantivo; es decir, una literatura excelente, buenísima, fabulosa, estupenda, magnífica, etc., por lo que puede entenderse como una “fantástica literatura”, o incluso una “fantasía real,” aunque a primera vista parezca una contradicción. En fin, las palabras, desde luego, tienen un sentido muy distinto, ¿verdad?, según el orden en que las empleemos, o según asumen una u otra función gramatical.

Tolkien, ya desde muy pequeño, siempre tuvo una extraordinaria habilidad y amor para el estudio de las lenguas—llegó a dominar bien unos 17 idiomas, entre ellas el español, por supuesto, que le agradaba particularmente—nos advertiría que la estructura del lenguaje es esencial, fundamental, importantísimo, para comunicar bien la fuerza de una idea o pensamiento, o más aún, comunicar una verdad, una realidad, una vivencia. Por lo que no es lo mismo, claro está, decir que El Señor de los Anillos es, sin más, una obra del género “literatura fantástica”, o “literatura juvenil” (como se suele denominar comúnmente) que decir que es una “fantástica literatura de lo real”, para adultos o jóvenes —ambos con madurez humana. Y por madurez humana, queremos decir no sólo el ponerse a leer un buen libro, es decir, no sólo saber discernir lo que es una buena literatura, sino sobre todo la capacidad de saber saborear lo que se lee, la capacidad contemplativa y meditativa para asomarse y asombrarse, maravillarse, descubrir los tesoros escondidos y profundizar en ellos. En este sentido, la Iglesia siempre ha valorado, y por tanto recomendado, leer obras buenas y provechosas con su “apostolado de buena prensa.” Pues bien, les aseguro por propia experiencia, que es muy acertado decidirse leer El Señor de los Anillos, pero me permito hacer algunas advertencias: no valen las prisas o una lectura superficial, aparte de que es prácticamente imposible leerlo superficialmente: es una obra demasiada rica y profunda para una lectura apresurada sin asimilar adecuadamente y, ciertamente, es una lectura muy agradable, pero perspicazmente seria, descriptiva, madura, contemplativa y conmovedora, por lo que el lector queda completamente absorbido e inmerso en la Tierra Media—el universo—de Tolkien, en el mejor sentido de estos términos. Para abordar la lectura de El Señor de los Anillos hay que acercarse con calma, con sosiego, con paciencia y respeto, como quien pisa “terreno sagrado,” porque, efectivamente lo es en gran medida, como iremos exponiendo.

Acompañar a los personajes en su impresionante—pero creíble—aventura, por la variada y tan detalladísima geografía de la Tierra Media —el mundo imaginario pero curiosamente real, de Tolkien, donde tienen lugar los acontecimientos— es asimismo una aventura personal inolvidable para el lector, sobre todo si es lector contemplativo y serio. Como dato altamente significativo, resulta que en Inglaterra, a finales del milenio pasado, se realizó una amplia encuesta por parte de un prestigioso periódico para averiguar qué libro podría considerarse el mejor del siglo XX, que por entonces llegaba a su fin. Más de 25.000 hombres y mujeres fueron encuestados y las respuestas fueron muy reveladoras: el libro con el mayor número de votos, con mucho, fue precisamente El Señor de los Anillos.

Curiosamente esto provocó objeciones de ciertos sectores críticos, y esto a su vez hizo posible otras tantas encuestas en más periódicos y librerías nacionales en Gran Bretaña y en los Estados Unidos, pero con similares resultados: Tolkien seguía en el primer puesto. Y después le tocó el turno a la prestigiosa Folio Society de Inglaterra, que quiso hacer su propia encuesta, pero no limitando que fuera un libro del siglo XX, sino de cualquier época. Conviene saber que los más de 50.000 lectores de esta Sociedad británica son lectores maduros y serios, buenos conocedores de buena literatura, no muy dispuestos a dejarse llevar por las modas literarias pasajeras de turno. Pues de todos los que participaron en esta encuesta, ¿a que no pueden imaginar sus opiniones? Pride and Prejudice (Sentido y Sensibilidad) de Jane Austin y David Copperfield de Charles Dickens salieron bien parados… pero el libro mejor valorado de nuevo fue El Señor de los Anillos. Y qué decir de la contestación de los participantes en la encuesta promovida en 1999 por Amazon.com, una librería virtual de Internet: ¡El Señor de los Anillos fue elegido como “Libro del Milenio”!

En fin, a cada encuesta que Tolkien salía ganando, más desconcierto y más hostilidad provocaban en las mentes elitistas de algunos críticos modernos, incapaces de asimilar el éxito literario mundial y la irresistible atracción de El Señor de los Anillos. Tolkien estaba gratamente sorprendido de que su obra había recibido tanta aceptación, pero feliz de poder llegar a tantos corazones. Desde su publicación en 1954/1955, se han vendido más de 50 millones de ejemplares, traducidos a 26 lenguas. Y su innegable popularidad sigue creciendo imparable. La crítica desmesurada de ciertos grupos en parte se debe a que a éstos les gusta influir poderosamente en la cultura, formando opinión pública, creyendo que sólo ellos saben lo que es mejor para el resto del mundo, y en parte por desconocer por completo la sugerente teoría literaria de Tolkien, hecha gozosa realidad en el estilo narrativo de El Señor de los Anillos, que es absolutamente esencial para comprender su obra y apreciarla en su contexto.

Hubo incluso quienes, como Howard Jacobson, fueron partidarios de afirmar: Tolkien… Es algo para niños, ¿no? O para adultos retrasados… Eso demuestra la estupidez de estas encuestas, la estupidez de enseñar a la gente a leer. Cerrad todas las bibliotecas. Utilizad el dinero para alguna otra cosa. Éste es otro día negro para la cultura británica. O como Susan Jeffreys, en un artículo publicado en el Sunday Times: Es deprimente pensar que quienes han votado el mejor libro del siglo XX se encierran en un mundo inexistente.

Naturalmente, ha habido también, cómo no, otras posturas y reacciones mucho más comprensivas y centradas. Sue Bradbury, directora editorial de la Folio Society, reconoció su gran sorpresa ante el resultado de las encuestas, pero llegó a afirmar: El hecho de que quede en primer lugar en dos encuestas creo que debe tomarse en serio. Un comentario agudo lo aportó Ross Shimmon, Jefe Ejecutivo de la Asociación de Bibliotecas: Es sorprendente que El Señor de los Anillos tenga tanto éxito. La idea de un mundo paralelo… Me pregunto si tendrá algo que ver con intentar comprender el mundo que nos rodea. Ante la crítica furibunda de que literatura fantástica es escapista y por tanto carece de valor, Patrick Curry, en su libro Defending Middle-Earth: Tolkien, Myth and Modernity (Defendiendo la Tierra Media: Tolkien, Mito y Modernidad), afirmó rotundamente que El Señor de los Anillos era cualquier cosa menos huida de la realidad: Tolkien no se limitó a hablarnos, como Ruskin y Chesterton, sobre los peligros del mundo moderno; además, tejió su antimodernismo en una historia rica e intricada que ofrece una alternativa. En su versión, como en la nuestra, la comunidad (los hobbits en La Comarca {rural apacible}), el mundo natural (la Tierra Media misma), y los valores espirituales (simbolizados por el mar) se encuentran amenazados por la unión patológica del poder estatal, el capital y la ciencia tecnológica que es Mordor {la Tierra del Señor Oscuro, la Tierra Negra, la Tierra de la Sombra). La diferencia radica en que en El Señor de los Anillos la amenaza es derrotada, mientras que en la nuestra el resultado está por ver… Tolkien habló de los temores de los lectores de finales del siglo XX… y les dio esperanza. Lejos de ser escapista o reaccionario, El Señor de los Anillos trata de la más grande de las luchas de este siglo y más allá. Y {algunos críticos modernos}, a diferencia del lector común, no fueron capaces de verlo; al menos en el libro, y quizá tampoco en el mundo. Entonces, ¿quién vive en un mundo de fantasía? Los críticos de Tolkien, no sus lectores, han perdido el contacto con la realidad. Nunca la clase intelectual había merecido tanto que la contradijeran.

También está la de Paul Goodman, publicado en el periódico británico Daily Telegraph: … la clave {de El Señor de los Anillos} es su sensibilidad religiosa: la sensación de que al final hay una beatitud de la que disfrutar, aunque no se encuentre en la Tierra Media ni en esta tierra. Interesante el testimonio de Jeffrey Richards, de la Universidad de Lancaster, también publicado en el Daily Telegraph: El Señor de los Anillos es una obra de un poder, una envergadura y una imaginación únicos. El lenguaje de Tolkien es rico y evocador; su vocabulario, extenso y variado. Sus descripciones son maravillosas. Su evocación de virtudes inestimables como la lealtad, el servicio, la amistad y el idealismo es inspiradora. Por encima de todo, crea un universo de mito… y arquetipos que resuena en lo más hondo de la memoria y la imaginación. Luego hace una comparación con ciertas obras “modernas” y afirma que llama la atención sobre la tiranía del realismo, la estrechez de miras, el ensimismamiento y la “relevancia” que tienen esclavizados a demasiados escritores y críticos modernos. Tolkien es un antídoto contra todo eso. Cuantos más niños, cuanta más gente de todas las edades lean El Señor de los Anillos, mejor será no sólo para el nivel literario de este país, sino también para su salud espiritual. Pues sí, para nuestra salud espiritual, como escribe para la New England Science-Fiction Association, Elisabeth Carey: el libro está empapado con teología moral católica… {y} sobre las elecciones morales.

Posiblemente, de las respuestas más entusiastas en favor de Tolkien, está la de Desmond Albrow, en un artículo publicado en el Catholic Herald: Hay algo verdaderamente inspirador en el hecho de que un hombre como Tolkien, un católico verdadero, que estaba en completa armonía con la decencia civilizada, coseche un premio como éste en un siglo que aplaude con tanta frecuencia a quienes son mezquinos y brillantemente rimbombantes. Y más cerca de nosotros, está el testimonio personal de un amigo mío, Eduardo Segura Fernández, de 36 años, natural de Oviedo pero con raíces familiares en Luarca, Profesor Ayudante de Humanidades en la Universidad Católica San Antonio de Murcia, y cuya tesis doctoral centrada en un análisis narratológico de El Señor de los Anillos y la teoría literaria de Tolkien, acaba de ver la luz en enero pasado. Hablando conmigo me comentó que era realmente impresionante cómo Tolkien pudo escribir una novela tan larga y sobre una aventura de dimensiones tan épicas, sin mencionar expresamente a Dios, pero cuya presencia se podía percibir en cada página de El Señor de los Anillos…

A raíz de testimonios como éstos y muchísimos más, es evidente que tanto la persona del profesor Tolkien, además de su literatura, siguen teniendo —y tendrán siempre— gran poder para no dejar a nadie indiferente: poder para cautivar o provocar, poder para conquistar el corazón o suscitar contraria opinión. Para aquellos a quienes el autor y su obra provocan, lamentablemente ambos resultan aborrecibles e insoportables. Pero para aquellos a quienes el autor y su obra cautivan—como a un servidor—la conmovedora e incomparable experiencia de viajar a la Tierra Media, guiado por la pluma, la mente y el corazón creyente del mismo Tolkien es, francamente, hermosa, pues entre muchas cosas, el viaje de la Comunidad del Anillo, pasando por las aventuras de las Dos Torres, y aguardando el Retorno del Rey, es una bocanada de esperanza.

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